viernes, 19 de junio de 2009

Sobre la desdicha

Leía hace poco éstas líneas en «El hombre, La vida, la ciencia, el arte» de Ernest Hello:
«La desdicha es un alimento para la vanidad, para la curiosidad, para la ilusión, para la nada […] La desdicha, en estas condiciones, llega a ser una posición; reemplaza con una actitud melancólica el trabajo que no se hace; pues el gusto por la desdicha es una de las formas de la pereza […] Esa pereza de la que hablo es una pereza adecuada a los hombres que se creen grandes, una pereza verbosa, declamatoria, doctoral y enfática que menosprecia la acción. Esa pereza, no contenta con la práctica, se eleva a la altura de teoría. No hace nada, porque, para obrar, es harto majestuosa. Se admira a sí misma en su necedad, y en su dolor sobre todo. Procura llorar y hace ostentaciones de las lágrimas estériles que trata verter. Esa pereza toma a veces la pluma para comunicar a los hombres la pasión de la desdicha.»[Hello, E. (1914) op. cit, p. 77]

Más adelante sigue:
«La poesía ligera habla de amores burlados, de vidas perdidas, de dolores eternos, de tristezas sin esperanza, de sueños que no se realizan. La poesía ligera está poblada de sepulcros y osamentas. Es sombría, es negra, carece de brillo, es estéril. Es fatigosa como el vacío; cae aplastada bajo su propia carga; y no sin motivo, pues esa carga es la ausencia de Dios. La poesía ligera tiene el derecho de sucumbir. Todos esos desvaríos llenos de suspiros, de lágrimas y de mentiras, están vacíos de Dios y llenos del hombre. La poesía ligera tiene el derecho de sucumbir bajo la ignominia que arrastra. La elegía ignora el regocijo y la luz, que entran en la tabla de los deberes de la poesía. La poesía ligera celebra la desdicha porque carece de gravedad. La poesía austera, la que deben apetecer las almas, celebra la alegría, porque la alegría viene de Dios […] El regocijo es la austeridad de la poesía.» [Ídem, p. 78]

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