«Los derviches alcanzan un punto de éxtasis al propiciar una alteración en su percepción por medio de giros sobre sí mismos y obedeciendo a la agitación progresiva de los golpes de un tambor, o al ritmo in crescendo de su canto, como en el caso de los “derviches aulladores”» [Gabriel Weisz Carrington. (1986) El juego viviente: indagación sobre las partes ocultas del objeto lúdico. Siglo XXI. p. 32]
Y Maulana Yalal al-Din Rumi, nos dice, en el Masnavi, de los sufíes:
Amigo mío, el Sufí es hijo del momento presente:
decir “mañana” no es nuestro camino.
(I, 134)
Todo el mundo teme tanto a la muerte,
pero los verdaderos Sufíes se burlan de ella:
nada esclaviza sus corazones.
Aquello que impacta a la concha de la ostra
no daña a la perla.
(I, 3495-6)
Termino con un relato de la tradición derviche:
«Cierto hombre creía que el último día de la humanidad caería en una determinada fecha y se lo debía afrontar de modo adecuado.
Llegado el día, congregó en torno de sí a cuantos estuvieron dispuestos a escucharlo y los condujo a la cima de una montaña. Tan pronto estuvieron reunidos allí, el peso acumulado hizo que se hundiera la frágil corteza y todos terminaron arrojados a las profundidades de un volcán y, sin lugar a dudas, fue para ellos el último día» [El último día. En Los mejores relatos de derviches. Antología. Margarita Rodriguez Acero (compilación y prólogo); Longseller, 2001, p. 31]